y, transido de dolor,
el corazón te salta en la garganta.
Tus ojos están mirando adentro
recordando, quizás, aquel momento en el que
Simeón te traspasó con sus palabras.
Aquello fue un preludio, un anticipo,
un adelanto de noticias malas,
una muerte que comenzó al principio
y que ahora estás viendo completada.
Los ojos tiernos que de niño le besabas
ahí los tienes, frente a Tí,
en el madero, abiertos, sí,
mas sin mirada.
Y aquella boca que proclamó el mensaje,
aquella que los muertos levantara,
la misma que calmó los elemntos,
Su boca... ahora, aunque abierta,
está muda, está callada.
Y pese a todo, Madre de dolores,
que serena y hermosa Tu mirada,
al tiempo que una a una, lentamente,
van derramándose Tus lágrimas.
¡Qué dulce Tu dolor de madre, Madre!
¡Qué dulce... y qué lleno de esperanza!
Juan Miguel Carrasco
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