Jesús insiste en el verbo
“permanecer”. Lo repite siete veces en el pasaje del Evangelio de hoy. Antes de
dejar este mundo e ir al Padre, Jesús quiere asegurar a sus discípulos que
pueden seguir unidos a él. Dice: «Permanezcan en mí y yo en ustedes» (v. 4).
Este permanecer no es una permanencia pasiva, un “adormecerse” en el Señor,
dejándose mecer por la vida.
No, no. No es esto. El
“permanecer en Él”, el permanecer en Jesús que nos propone es una permanencia
activa, y también recíproco. ¿Por qué? Porque sin la vid los sarmientos no
pueden hacer nada, necesitan la savia para crecer y dar fruto; pero también la
vid necesita los sarmientos, porque los frutos no brotan del tronco del árbol.
Es una necesidad recíproca, es una permanencia recíproca para dar fruto.
Nosotros permanecemos en Jesús y Jesús permanece en nosotros. (…) Después de
que Jesús subió al Padre, es tarea de los discípulos, es tarea nuestra, seguir
anunciando el Evangelio con la palabra y con obras. Y los discípulos —nosotros,
discípulos de Jesús— lo hacen dando testimonio de su amor: el fruto que hay que
dar es el amor.
Unidos a Cristo, recibimos los
dones del Espíritu Santo, y así podemos hacer el bien al prójimo, hacer el bien
a la sociedad, a la Iglesia. Por sus frutos se reconoce el árbol. Una vida
verdaderamente cristiana da testimonio de Cristo. (Regina Caeli, 2 de mayo de
2021)
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